Galería Towpyha
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Alfredo Carracedo, en la sombra de la abstracción

04/2025 a 07/2025

Si estuviese vivo mi viejo, ¿qué pensaría de esta exposición?, me comenta Pablo Carracedo mientras conversamos un viernes por la tarde en su casa en Turdera, provincia de Buenos Aires. La pregunta surge al recordar atisbos de la personalidad de Alfredo, pudorosa y reservada, buscando siempre pasar inadvertido y, desde ese lugar, observar todos los detalles, formas y colores que rodeaban su mundo. Juntos reflexionamos que probablemente se opondría a compartirnos su producción artística desplegada a lo largo de más de cuatro décadas de trabajo. Quizás una de las razones sería su aversión a las altas esferas de la institucionalidad de las artes, al mercado interfiriendo en la fluidez natural de los tiempos creativos, o a las exigencias sociales propias del ambiente artístico. Alfredo eligió otro camino, y darle la espalda a todo cuanto lleva a un artista al reconocimiento público es un gesto de rebeldía y autoexilio, una huida deseada y planificada.

Carracedo nació en Constitución, ciudad de Buenos Aires, en 1927. Veinticinco años después, se graduó de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, donde conoció a los artistas Miguel Ángel Vidal, José “Pepe” Arcuri, Augusto Cuberas, Rodolfo Bardi y Eduardo Mac Entyre. Juntos integraron el Grupo Joven, fundado en 1946 por Víctor Magariños D., Domingo Di Stefano, Héctor Álvarez y Osvaldo Lucentini. Durante su paso por el colectivo defendió, junto a sus compañeros, el valor intrínseco de las artes plásticas, pronunciándose contra su degradación y ultraje por parte de funcionarios públicos que profetizaban el fracaso del arte abstracto.

A lo largo de su participación en el colectivo, Alfredo desarrolló una actividad creativa vasta, intensa y perspicaz. En 1955, junto con Diana Chalukian y Víctor Magariños D., firmó la carta titulada En defensa de las artes plásticas, donde expresa un firme posicionamiento sobre la importancia de los artistas en la cooperación por el engrandecimiento cultural de los pueblos. En paralelo, participó activamente de la Asamblea Permanente de Artistas Libres (APAL), fundada en 1954, cuyo objetivo era velar por el alto nivel cultural que el país demandaba, a través de la verdad como principio y guía.

Grupo Joven dejó una huella indeleble en el universo pictórico de Carracedo, no solo en la consolidación de un pensamiento moderno que reflexiona sobre el hombre de nuestro tiempo y su quehacer creativo, sino también en su producción artística, la que refleja una búsqueda incesante de la imagen deseada, aquella que Alfredo concibe como perfecta. El camino hacia ella es meticuloso, paciente y libre de errores, pues el proceso mismo adquiere un papel esencial en la poética del artista, relegando incluso el valor dogmático de la obra terminada. La lógica de lo inconcluso en su universo artístico se materializa como una firma silenciosa que nos recuerda que no existe creación sin una idea, un proceso y un deseo que la originen.


La obra de Alfredo es una pintura de posibilidades.

La posibilidad de experimentación que se desprende del deseo de romper los cánones de la pintura academicista y sus limitaciones pictóricas.

La posibilidad de concebir el arte como una práctica colectiva y de reutilizar materiales no convencionales para reafirmar que existe arte más allá de los grandes lienzos de tela.

Es también la posibilidad del juego, del ensayo y del descarte, elementos que permiten a la práctica artística existir al margen de exigencias y frustraciones. No es casualidad que quienes lo conocieron lo recuerden teorizando sobre cómo la pintura debía ser un motor de disfrute y no un mero padecimiento.

Alfredo Carracedo, en la sombra de la abstracción recorre el camino creativo del artista, desarrollado entre 1950 y finales de los años 80, cuando un desprendimiento de retina interrumpe de manera abrupta su producción. A lo largo de esta travesía se puede observar una narrativa visual, que viaja desde una geometría simple e inexacta, construida a partir de líneas y puntos, hasta una serie de composiciones más complejas, resultado de extensas investigaciones y un deseo incansable de precisión y excelencia.

Carracedo se caracterizó por poseer una impronta artística arraigada en lo cotidiano y por ser un ávido aprendiz de nuevas técnicas, materiales y saberes que le permitieron seguir experimentando, sin importar el paso del tiempo. La exposición busca resaltar los giros en su obra plástica, como también profundizar en los saberes creativos que tanto lo apasionaron: la pedagogía que ejerció por más de cuarenta años y el diseño aplicado a diversas disciplinas.

Esta es la primera muestra individual del artista, setenta y cinco años después de sus primeras incursiones en la geometría, y pretende ser una suerte de celebración y homenaje a quien nunca dejó de crear y enseñar, siempre con pasión y rebeldía.


Marcela Astudillo